Vivo sujetando una máscara,
sosteniendo una armadura, siempre bajo mi coraza. Llevo esta armadura por
muchas razones... La principal es que de esta manera evito que nadie pueda
herirme de nuevo y así denegarle la posibilidad a cualquiera que quiera volver a
hundirme y es por esto por lo que a día de hoy me va bien y puedo gritar a los
cuatro vientos que, SI! Soy feliz, estoy centrado en lo que me gusta y disfruto
haciéndolo y sobretodo sé que si mañana me marcho lo haré peleando por mis
metas, luchando por lo que me gusta y sin haber perdido el tiempo.
Pero lo cierto es que esta armadura que
sostengo, como ya he dicho, evita que me vuelvan a herir y deniega a cualquiera
la posibilidad de hundirme, pero como todo, tienes sus desventajas, esta
armadura me da ese beneficio, pero poco a poco me va creando un nudo en el
estómago y unas ganas de soltar todo lo que siento.
Hay algo en mí que revienta
al verte, al hablarte, al saludarte y la explosión aumenta de calibre cuando
oigo el móvil sonar con el tono que indica que un ángel a dejado un mensaje
nuevo. Te recalco que me destrozas por dentro cuando te acercas a mi sonriendo
y dejo volar la imaginación pensando en todo aquello que podríamos vivir tu...
y yo... pero muero cuando aterrizo en la realidad y me doy cuenta que para
vivir todo lo imaginado anteriormente debería quitarme la mascará y
lamentablemente he sufrido demasiado sin esta mascara como para volver a
aquello.
Es por ello que de vez en
cuando viene bien sentarse frente al papel, levantar las compuertas, y dejar
que el agua fluya, porque en cierta medida es la mejor forma de liberarte de
ese nudo, de esa angustia en tu interior, de callar a esa voz que vive
susurrándote al oído que debes intentarlo y que no siempre todo va a acabar
igual.
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